15.1.06

De noche...

Ha sido una noche tranquila, apacible. Reunión amistosa en un piso franco estudiantil, alcohol, música, hoja verde, risas, diez debates a la vez. Buen rato. Ameno. Repetible.

Cuando regresaba a mi cueva, la ciudad dormitaba. Sin más ruido que mi obsceno carruaje rompiendo tanta divinidad urbanita. Danzas de luces y farolas que alumbran a la urbe en descanso. En armonía. Bajo el dominio de la oscura noche que sazona con sus estrellas los momentos de tropecientos enamorados intercambiando ADN. Sólo en mis oídos suena, con profundo fulgor, el Coro de esclavos del Nabucco de Verdi. Inundando, como una cascada, todo mi cuerpo. Toda mi alma.

No hay duda, el mejor momento de la noche. Similar al de sentir una luz de nacar cegándome los ojos. Similar a volar cual ave rapaz cientos de bosques y prados. Similar a la reacción que arrancó de Miguel Ángel la visión desgarradora de Laoconte y sus hijos, escultura clave del Helenismo.

Vida. En estado puro.

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