Lo más cerca que he estado del ballet ha sido en aquel capítulo de Los Simpson en el que Bart descubre y muestra el bailarín que lleva dentro. La cosa no acaba bien y los clichés de los jovenzuelos de Springfield son recibidos por el primogénito Simpson en forma de linchamiento. Aún así, no hay que ser un lince para saber que es un mundo de sacrificio, dedicación lacerante, estrellato fugaz y sobre todo, absolutamente, necesario de una voraz vocación interior. Se agradece, en ocasiones, acudir a la sala de cine y descubrir que todavía hay profesiones que exigen una pasión dominante, aunque llegue a ser enfermiza.
El Cisne Negro es eso. Enfermiza, agobiante, neurótica, terrorificamente envolvente, impactante, y oscura. Enseña una belleza rota, mortal, diabólica, pero belleza. En estado puro. Y oscura. Aronofsky deja su marca en las formas, en la tensión y en el pulso narrativo. No desfallece en atornillar al espectador a la butaca, atrapándolo en un viaje al lado oscuro que todos llevamos dentro. La transformación que un arquetipo del cine nos dejó, Darth Vader, aplicada en la ruta esquizofrénica de una bailarina. La inocencia eterna no existe, y los juguetes de la infancia, o se tiran a la basura o se rompen. Aronofsky nos los rompe en nuestra cara, nos hace tener pesadillas con ese reverso tenebroso que dormita en nuestros adentros y, en demasiadas ocasiones, tenemos miedo que en una de sus visitas, venga para quedarse.
Natalie Portman es el cascarón frágil a punto de resquebrajarse. Y alcanza la perfección cuando desciende a los infiernos -de donde volver solo dejan constancia los más grandes como otro juguete roto que ha sido Marianne Faithfull- cuando no hay límites, cuando la pasión inunda, ahoga...libera.
En El Cisne Negro aprendemos que la perfección requiere sacrificios, que implica todas las dimensiones que habitan en el talento, que la belleza sublime se consigue mediante la liberación, y que dicha liberación nadie dijo nunca que fuera fácil. Eso es el arte: exceso o nada. Todo lo que no implique exceso y liberación en ocasiones desquiciante no es arte, empleo plástico o contrato de obra, pero no arte.
Da miedo y su mensaje no es popular. Que te digan que la dedicación y la pasión en su cenit pueden llevar a la demencia y que no hay genialidad sin liberación ni locura, no es simpático ni apetecible. Ir a verla, es garantía de pesadillas y sueños oscuros en los que mientras estás en la oficina tu lado oscuro te visita y te recuerda que conseguir todo aquello que quieres siempre tendrá un precio. En el ballet, un precio muy alto.
2.3.11
El Cisne Negro, belleza en el averno
Publicado por
Eli Cohen
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7:57 p. m.
Etiquetas:
Cine
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