31.1.11

Pero qué cabrona que es la verdad, Javier

Cuando España entera estaba dominada por Crónicas Marcianas y Gran Hermano -¿toda? ¡NO! un pequeño reducto en lo más abajo de Andalucía resistía entonces y siempre al invasor- he de confesarlo, me atraparon muchos prejuicios. Me dolía que mis coetáneos fueran zombies, no como los de The Walking Dead, sino trozos de carne abstraidos por un aparato que parecía la caja de Edward Nigma en la muy olvidable Batman Forever. Puede que fuera altruismo, no lo sé. Al fin y al cabo, estaba violando una de las máximas que se ha grabado a fuego en mi subconsciente sociopolítico: Que cada uno decida emplear su tiempo en lo que le haga feliz sin molestar a los demás. Punto. Y todos los que me rodeaban lo estaban -felices- pero yo no.



La cuestión es que, como hice cuando tuve edad de empezar a fumar, me empeñé en ver en ocasiones esos aberrantes programas para intentar que, al menos, no me desgradaran yasí poder quitarme esa mala leche constante. Y de paso, poder entrar en el 90 % de las conversaciones de aquel entonces y dejar de ser un apestado social. Después de todo, millones de personas también habían disfrutado con Casablanca, con Star Wars, o con las novelas de Ken Follet, pensé. Sin embargo, en cada intento la cosa se ponía peor: ver a un hombre que lo único que es capaz de hacer ante la cámara durante unos cinco minutos es abrir la nevera y cortar salchichón, a no ser que fuera una película existencialista japonesa, reflejaba el porterismo -de porteras, de cotillas, se entiende- del que yo siempre he querido escapar y el cual siempre me ha dado pavor.

Pese a la biográfica y purgadora introducción, allá por 2002, mientras una ola de atentados suicidas azotaba Israel -una ola que ha cesado a cero ataques por la valla de seguridad - en Crónicas Marcianas acogieron un debate sobre el sangrante conflicto de Oriente Medio. Lo ví enterito.

Como era costumbre, se habló más de las respuestas israelíes que de los atentados suicidas, pero Pilar Rahola, junto a un desconocido entonces Salvador Sostres, intentaron defender la política defensiva del gobierno israelí. Desgraciadamente, en un programa sensacionalista, cuantos más gritos, aplausos, desplantes, acusaciones y demás ingredientes que enciendan al espectador, mejor. Ningún televidente iba a ordenar sus ideas o a informarse sobre el tema, solo vería la gresca que demandaba -y demanda- día a día tras el televisor.Y Sardá, el director y presentador del programa y supuesto moderador del debate -también gurú de todo ese mundillo que yo detestaba- decidió entrar a saco y dijo -tiro de memoria, así que las palabras no son exactas-:

-Vale, la izquierda siempre ha sido panárabe y antiisraelí, y todo eso. Pero eso que hace Sharon, eso de sentarse ante las cámaras y clamar hoy hemos matado a quince terroristas en un bombardeo, eso es de hijo de puta.



De esta manera, mis prejuicios aumentaron, y además etiqueté -¡país de etiquetas!- a Sardá como un antiisraelí militante. Pasaron los años y el periodista catalán dirigió un programa parecido a Españoles por el mundo, Duty Free, y la cita con Israel se hizo obligada. Como también mi ojo de friki sionista -como dijo Woody Allen en Scoop, ya se sabe cómo son los judíos cuando se ponen a mandar cartitas. El programa estuvo, sin querer negociar adjetivos, bastante aceptable y ecuánime. Y para mis prejuicios, desolador. No me pude dar el gusto de volcar toda mi ira proisraelí contra Sardá. Y ahí se quedó nuestro idilio.

Hasta que hoy, me he topado con este artículo suyo, el cual se titula Qué cabrona es la verdad y tiene perlas como:

Al Jazira lo hace a favor de Hamás y en contra de Cisjordania acerando la división entre los propios palestinos. Genial. Los de Hamás vigorizan de este modo sus argumentos para enrocarse en sus posiciones más integristas.

Muchos ciudadanos de los países árabes odian al mundo occidental porque consideran que Europa y Estados Unidos han pisoteado su mundo. El problema es que los líderes que dicen defenderles son hijos de aquellas colonizaciones y sus intereses son tanto o más espurios que los de las potencias occidentales
...Sin el conflicto de Israel vivito y coleando, sus regímenes teocráticos podrían tambalearse.

Los palestinos no son solo víctimas del Estado de Israel (donde, por cierto, hay un 20% de ciudadanos musulmanes), sino esencialmente víctimas de las teocracias que dicen defender su causa cuando lo que persiguen es eternizar el conflicto allí y aquí. Yo qué sé...

Un personaje como Sardá jamás será santo de mi devoción. Si me ha salido un post después de leer su artículo es porque, sin yo pretenderlo, todo lo que él creó estuvo presente en mi vida en mucha mayor medida de lo que yo habría querido. Me llevé malos ratos por su culpa y su herencia ha impedido que cuando los que son niños actualmente recuerden sus tardes de infancia, en lugar de los campos de fútbol interminables de Oliver y Benji, recordarán a un grupo de horteras gritando sobre el lío de cama de algún personajillo que probablemente se gana el pan provocando dicho griterío. Y como todas sus familias -incluídas las empleadas del hogar- revoloteaban hipnotizadas ante la tele.

Pero, pese a ello, siento satisfacción al leer las cosas muy razonables que escribe este sujeto que siempre me ha resultado tan tóxico y tan zafio. ¿Efecto Lucifer invertido o Síndrome de Estocolmo?

Ni idea. Pero lo que si es verdad es que los prejuicios, a veces perduran para siempre, y otras, se descomponen ante la cabrona verdad.

3 comentarios:

Xavi dijo...
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iniesta dijo...
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Anónimo dijo...

cuando el islam domine Espana , a ver donde estaran los valientes!!
......en exilio !!o seran dimmis !!!
ha! ha !ha !!!

dolores.