27.2.11

Parlamento: renovarse o pudrirse

Ayer estuve leyendo un artículo de Manuel Aragón –ni idea de sus credenciales, tampoco he investigado- en la Revista de Derecho Catalán sobre parlamentarismo. Son varios aspectos los que se tratan en este breve ensayo sobre el parlamentarismo actual, el que se practica en España, y además, ciertamente, son objeto de necesario debate para la regeneración y constante investigación doctrinal de nuestra democracia.

El autor afirma, en referencia a la división de poderes, clásicamente establecida por Montesquieu y el abad de Sieyes, que no existe estrictamente en la democracia representativa-parlamentaria. Debido a la difícil conceptualización de las leyes (ley orgánica, ley ordinaria, decreto-ley…) y a la multiplicidad institucional, los poderes se difuminan en muchas ocasiones, sobre todo en la estructura de las Comunidades Autónomas, pero siguen estableciendo contrapesos entre los poderes. Aragón es, pues, benevolente con el sistema. La división de poderes montesquiesana es posible, y negarlo solo trae una mixtura de poderes que es peligrosa para la democracia. El ejemplo paradigmático es la politización constante que existe en el Poder Judicial. “Montesquieu ha muerto” declaró Alfonso Guerra, cuando a mediados de los ochenta, la LOPJ dinamitaba el sistema de elección de jueces que garantizaría esa división, y que la Constitución aconsejaba a establecer.

No es cuestión de denigrar al sistema de división de poderes establecido, al menos en la práctica. El ejemplo de los órganos de la UE, que han prescindido también de la división de poderes clásica, demuestra eficacia en la regulación comunitaria, pero los cargos ejecutivos, la Comisión, no son elegidos democráticamente. Sí, el Parlamento Europeo, pero es una cámara con muy poco poder, a veces una imagen, una pantalla, llegando a ser irrisoria en el verdadero poder de la Unión. Ahora aprueba los Presupuestos, pero hasta hace nada en términos históricos sólo era una Cámara representativa. Y ahí está el problema de no respetar la división de poderes, se pueden ir minando los fundamentos de la democracia poco a poco y desde una perspectiva loable –una Europa unida- y acabar estableciendo lo que en Futurama nos recordaba Matt Groening: Burocracia Central





La división de poderes, por tanto, no debe ser obviada y en lugar de confundirse, debe reforzarse por la salud democrática.

Entrando ya en la materia, las funciones del Parlamento, el autor ilustra cuan limitado suele estar el control que el Parlamento ejerce sobre el Gobierno –su función principal junto a, algo tan amplio como hacer las leyes- debido a que el diputado o senador, el parlamentario, está sujeto a disciplinas de partido, clientelas, amistades, intereses…Así, son los partidos los que ejercen el auténtico control al Gobierno, creándose, lo que Aragón denomina “oligarquías de partidos” siendo los que hacen control parlamentario y dirigen las disciplinas de voto los partidos políticos fuertemente jerarquizados a través de los portavoces o jefes de grupo. El autor lo denomina “el parlamento de los portavoces”. Nada más cerca de la realidad, el parlamentario de hoy día, al que se le puede elegir pero al cual no se le puede sancionar, se elige, al menos en el Congreso, mediante una lista cerrada. El diputado raso es un anónimo. No tiene contacto con sus electores, apenas interviene en los debates sino forma parte de una Comisión del Parlamento, y sólo sirve para pulsar en las votaciones el botón que le han ordenado apretar desde su sede. En este punto conviene recordar la importancia de los grupos de presión y lobbies, tan mal vistos, cuando suponen un elemento coherente de cualquier democracia desarrollada.

Si a esto le sumamos el ingrediente del sistema electoral, que Aragón repasa mediante el mandamiento constitucional de la proporcionalidad en la elección de representantes –los diputados no hacen política en su circunscripción, el voto de unos ciudadanos vale más que el de otros por razón de densidad de población- el Parlamento se caricaturiza. Se convierte en lo que los medios de comunicación masivos nos muestran: gresca en la arena política que busca el titular de prensa, absentismo…Pero es verdad que no se refleja el trabajo titánico que hacen los Parlamentos, al menos, en nuestro caso, el Congreso de los Diputados. Se debaten las leyes, se admiten propuestas y proposiciones, tanto de ley como no de ley, existen Comisiones en las materias más importantes: Justicia, Interior, Defensa, Exteriores, Política Autonómica…que trabajan y están sujetas a la fiscalización de la sociedad –su actividad, como toda la pública se refleja en actas, que son el método burocrático más eficaz para evitar el oscurantismo del poder político- y sus resultados no están reflejados en la opinión pública.

"Las esferas políticas han obviado las nuevas tecnologías y sus posibilidades en lo que a elección de representantes, votaciones y toma de decisiones se refiere –sólo han atendido los políticos a la publicidad gratuita que suponen las redes sociales e Internet- y han desatendido la voz que adquiere la sociedad civil gracias a ellas"


Escapando de toda demagogia, es cierto que las 52 listas electorales para una Congreso y Senado, devaluando el voto de las circunscripciones menos pobladas, es una carencia de nuestra democracia. Y no sólo de la española, democracias añejas como la británica –circunscripciones por barrios- o la americana –por Estados- también hacen cálculos desigualitarios con los votos de los electores. Pero es que, atendiendo a un criterio de igualdad, recogido como valor superior de la Constitución Española, se está vulnerando el principio –utilizado como lema para lucha contra el apartheid en Sudáfrica- de un hombre, un ciudadano, un voto, en cierta medida. El voto de un ciudadano censado en Barcelona vale más que el de un ciudadano censado en Melilla. ¿Qué razones justifican esto? ¿Tiene menos derecho de sufragio activo el melillense que el barcelonés? ¿a razón de qué teoría política o argumento legal?

El problema reside en que, el Parlamento de Portavoces definido por Aragón, el Parlamento que está controlado por partidos jerarquizados, es el que tiene que cambiar la Ley Electoral, y los que salen más perjudicados si el sistema de elección fuera mediante lista única –incluso aunque fuera cerrada- son los dos grandes partidos: PP y PSOE. La automutilación no se estila en política. El interés general es la función más alta del Gobierno, del Parlamento, y de todas las estructuras del Estado. Pero es apreciable que ciertos sentimientos miniarquistas renacen cuando el interés general se supedita al interés partidista. La voz de muchos partidos políticos minoritarios, como los partidos nacionalistas está sobrevalorada y se le ha dado un poder que no tienen si echamos mano a los números. En contra, partidos también minoritarios, pero de ámbito nacional, como UPyD e IU tendrían una representación mucho mayor.

"Esto le va a pasar factura a la oligarquía política. Si decide quedarse enquistada en el mecanismo de Parlamento de portavoces, en listas cerradas, y en unos medios de comunicación que se aprovechan de las carencias funcionales del Parlamento, la desafección que existe entre la sociedad civil y la clase política aumentará hasta llegar a uno niveles insospechados de apatía ciudadana"

Insisto, no es solo ya por sanidad democrática una lista única y a ser posible abierta. Es por justicia. Lisa y llanamente. Es injusto que los votos de los ciudadanos no tengan el mismo valor. Y ningún argumento pragmático o tratado político podría hacerme cambiar de opinión.

Aragón también reflexiona sobre si el sistema español debería quedarse en el actual Gobierno Parlamentario –gobierno surgido de la votación del Parlamento- o evolucionar o cambiar hacia el Presidencialismo al estilo francés o norteamericano. Además argumenta que, el sistema en España es el de un Presidencialismo incompleto y el Presidencialismo de otras democracias resulta engañoso en cuanto no es independiente el Gobierno de las Cámaras Legislativas.

La solución que aporta el autor es un Gobierno apoyado en mayoría absoluta y el Parlamento ejerce el control, limitando su acción, no a promulgar las leyes, sino a aprobarlas o no, amén de controlar la acción de Gobierno y este control también estaría sustentado en darle una voz a las minorías de la que ahora carecen, o es una voz ineficiente, en suma.

Esta sintonía de evolución que marca Aragón, se acomoda más a una función sancionadora que a una función legislativa, que de voz al pueblo en las leyes. Que el Gobierno proponga y el Parlamento decida sobre las leyes a aprobar, es lo que se da en la práctica, es obvio si se sigue la actividad parlamentaria, o a la actividad que tiene reflejo en los medios. Pero hacerlo institucional y funcional cambiando las funciones del Parlamento, lo que provocaría sería precisamente lo que el autor no quiere: disminuiría aún más la voz de las minorías, al no poder estas aportar propuestas de ley y solo sancionar se acoplarían, mediante acuerdos a grupos más grandes para tomar decisiones o quedarían en el ostracismo en el Parlamento –lo que sucede ahora a la hora de votar una ley propuesta por el gobierno y que la cámara sanciona.


Se hace evidente que el engranaje Parlamentario, y en suma todo el funcionamiento representativo español, precisa de una regeneración, de un saneamiento, o por lo menos una cierta evolución. Las esferas políticas han obviado las nuevas tecnologías y sus posibilidades en lo que a elección de representantes, votaciones y toma de decisiones se refiere –sólo han atendido los políticos a la publicidad gratuita que suponen las redes sociales e Internet- y han desatendido la voz que adquiere la sociedad civil gracias a ellas. Esto le va a pasar factura a la oligarquía política. Si decide quedarse enquistada en el mecanismo de Parlamento de portavoces, en listas cerradas, y en unos medios de comunicación que se aprovechan de las carencias funcionales del Parlamento, la desafección que existe entre la sociedad civil y la clase política aumentará hasta llegar a uno niveles insospechados de apatía ciudadana. El Parlamento es el reflejo de esa ciudadanía, no es opuesto ni un ente extraño y aislado. Y si el sistema no evoluciona, no se refresca, su futuro no es muy halagüeño en términos de confianza hacia el electorado. Si no se renueva, se pudre.

El parlamentarismo en España está en la encrucijada. Diputados anónimos perdidos en la bancada de los grupos parlamentarios, un poder ejecutivo que gobierna en coalición con sus pactos parlamentarios, una sociedad civil que recela de la actividad política, legislativa y en definitiva, del poder y, al final, un sistema de representación que no quiere renovarse ni evolucionar. Estudios como el de Aragón son beneficiosos para el debate doctrinal pero mientras el poder político no se conciencie de esto, y lo hará a través de la presión de una ciudadanía comprometida –aunque el viraje ciudadano es hacia la apatía- la práctica de la democracia puede quedarse caduca, dando espacio a los extremos que siempre surgen en crisis nacionales.

1 comentario:

samuel dijo...

Eli, perdoname, no se que pitos hacia tu comentario metido en mi spam, y no entiendo por que, a lo mejor lo ha visto asi el sistema. Mis disculpas y te envio mi mail. Saludos