16.5.11

Cómo viví la muerte de Bin Laden en EEUU, y lo que leí a mi regreso

Desde que el mundo se hizo más pequeño gracias a Internet, lo genuino de presenciar un acontecimiento histórico, si bien no ha perdido un ápice de valor, si se ha hecho más accesible. Si hoy hubiera caído el Muro de Berlín, lo habríamos presenciado en directo desde la perspectiva de los asistentes que habrían grabado videos con sus teléfonos móviles y que habrían relatado al instante en las redes sociales cada movimiento y anécdota cercana, y habríamos obtenido muchos más detalles que si hubiéramos estado allí. Desde casa cómodos en el sofá, eso sí, el acontecimiento lo hubiéramos recibido desde innumerables prismas. Yo actué así con la celebración y la euforia que desató en EE UU el anuncio de que Bin Laden había muerto en un asalto a su residencia de Pakistán a manos de los Navy Seal.

Euforia en New York

La primera noche que llegué a New York –venía desde la reunión anual del American Jewish Comitee, en Washington DC- después de cenar en el West Side de Manhattan –una de las mejores hamburguesas kosher que he probado jamás- un coche se paró en seco en el lado de la acera por el cual yo caminaba y al grito de ¡U S A! me anunció la noticia: Osama Bin Laden has been killed! Independientemente de cómo encajé la noticia, estaba completamente incrédulo ante mi situación: no llevaba ni dos horas en New York, y en la primera visita que hago a la Gran Manzana anuncian que han matado al hombre que ordenó la masacre de 3.000 personas llenándola de sangre y horror, y que es también el símbolo de la Cuarta Guerra mundial que vivimos –la tercera fue, enre 1948 y 1989, la Guerra Fría. Inmediatamente conmocionado por la noticia, y después de leer en varios medios de Internet que, efectivamente, no era ningún bulo o rumor extendido, sino que la Casa Blanca lo había confirmado y la comparecencia de Obama se emitiría en una hora, decidí sin más demora dirigirme a la Zona Cero, en donde ya se agolpaban miles de personas para festejar la muerte del enemigo número 1 de Estados Unidos.

El ambiente que se vivía en el World Trade Center, parecía más el de un 4 de julio que el de un final de guerra, cuando los marines vuelven victoriosos. El himno americano, Barras y Estrellas, se cantó hasta la saciedad –inmortalicé con mi cámara de video un himno especialmente hermoso y emotivo cantado por dos chicas neoyorkinas- junto con el tradicional ¡U S A! y con algunos insultos light a Bin Laden y a Al Qaeda. El puritanismo funciona, en España o en Latinoamérica, nos habríamos acordado de toda la familia de Bin Laden y de sus allegados. Se reunieron bomberos, marines, policías -todos ellos con sus uniformes de gala- estudiantes, padres de familia, y turistas. No hubo ni altercados, ni descerebrados que acaban rompiendo escaparates y montando trifulcas como en las celebraciones futbolísticas o en manifestaciones antiglobalización. Si es moralmente reprobable celebrar la muerte de alguien, en el mundo y en el contexto histórico en el que vivimos, por muy malo que fuera, es una X que quedó despejada de la ecuación en las celebraciones.



Reflejo en la prensa escrita neoyorkina

Sin embargo, al día siguiente, y no ya sólo como souvenir histórico, sino también por interés periodístico por una de las noticias del año, compré varios rotativos para conocer todo lo posible sobre la muerte de Bin Laden y el asalto a su residencia de Abottabad. El New York Times, que es el único diario estadounidense que ha criticado la acción capitaneada por la Administración Obama, destacaba, como cualquier otro periódico del mundo, los detalles que hasta entonces se sabían de la operación. Pero mi asombro quedó de manifiesto cuando compré el New York Post. La portada rezaba:¡LE TENEMOS!, y el subtítulo: ¡Venganza! ¡EUA se cepilla al bastardo! No solo la portada llamaba la atención, sino que el editorial comenzaba con estas palabras: El hijo de puta está muerto. No es objeto de esta crónica discernir sobre los límites que deben marcarse con la prensa sensacionalista en un acontecimiento de estas características, o si hay que dejar a la euforia entrar en el análisis sosegado. Lo que si es cierto es que, lo que publicaba el New York Post, lo pensaban –lo pensábamos- muchos. Bin Laden era lo que era: Un mal nacido asesino y fanático. Su muerte, independientemente de nuestra nacionalidad o carné de identidad, es una victoria para acabar con el terrorismo fundamentalista. Pero una cosa es celebrar que caiga el enemigo, y otra es dejar que esta euforia nuble los sentidos y se pierda el norte en el análisis, la respuesta y la determinación de continuar con la lucha. O eso es lo que les diría a los editores del muy amarillista Post.

Conforme los días transcurrían, conocíamos nuevos detalles sobre la Operación Genónimo. Las tertulias y análisis se multiplicaban en los innumerables canales de televisión de Estados Unidos y hasta hoy sigue publicándose nueva información sobre el asunto. Es normal, es una victoria para Norteamérica, después del 11-S, dos guerras inacabadas y mal llevadas, miles de muertos y heridos, una crisis económica que no quiere desaparecer, la sociedad estadounidense necesitaba un balón de oxígeno, un aliento de victoria. El empujón que necesita toda nación en crisis.

El análisis de la noticia en España

De vuelta a España, y gracias al seguimiento que hice de puntillas vía Internet, la noticia pasó por los medios de comunicación como todas las que incluyen un posicionamiento ideológico. Sin preocuparse por entender lo que supone en la conciencia norteamericana la muerte de Bin Laden, y con un sesgo panfletario que busca más contentar al lector que comprender el hecho o informar sobre él, hemos podido leer declaraciones como las del juez Baltasar Garzón, el magistrado más mediático de España, afirmó que la muerte de Bin Laden no se ajustó a Derecho Internacional, o en El País, las efectuadas por Xavier Seuba, profesor de Derecho Internacional de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en las que afirma que “no fue un acto ilegal, sino un acto de guerra.” Igual en la lucha mediática, encontramos que Ignacio Escolar, gurú de la izquierda en los medios, calificó la muerte de Ben Laden de asesinato extrajudicial y de venganza al más puro estilo far west y en ABC, en cambio, el periodista y conocido corresponsal de guerra, Alfonso Rojo, no cabía en sí de la alegría por la muerte del terrorista número uno del mundo.

Vivimos en un mundo sin fronteras informativas: Internet las ha volado por los aires. La difusión de la noticia, y sus innumerables posicionamientos ante ella, demuestran que el beber de tantas fuentes garantiza la ecuanimidad y el rigor, y sobre todo uno de los fundamentos de la democracia: la información libre, o al menos no monopolizada por ningún poder político. Bin Laden murió en un asalto de los Navy Seal a su residencia de Abottabad y siendo bastante discutible si fue o no ilegal según las leyes internacionales –en principio, Pakistán debía conceder permiso a los EE UU para el asalto, cosa que pudo suceder probablemente, aunque el gobierno de Pakistán, visto como está el patio de Oriente Medio, y teniendo una población antioccidental y proclive a los postulados de Al Qaeda, afirmara que sucedió lo contrario, sin entrar que encaja perfectamente en un acto de guerra al poseer el gobierno americano un casus belli- si está claro que todos aquellos -no solo los jóvenes neoyorkinos con los que me codeé en la Zona Cero que tendrían motivos afectivos y sentimentales para estar allí saltando de alegría- que aman la democracia y la libertad se sienten, sino más seguros, al menos más satisfechos por la caída del asesino en masa y tirano que fue Bin Laden.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu pluma sigue siendo exquisita. No podría estar más de acuerdo con el New York Post. ¿Amarilla? ¿y qué? El mundo es un lugar mejor sin Osama Bin Laden.

M.B.