2067, Tel Aviv
Aquí seguimos. Pese a todo lo que hemos soportado estos últimos cien años. Mis nietos han pasado por las mismas etapas de vida que yo tuve que pasar: rutina diaria bajo medidas de seguridad excesivas para un país democrático al uso, opinión pública mundial desfavorable, servicio militar, y, al menos, una guerra. Intentamos mejorar la situación y alcanzar la convivencia desde que el Estado Judío nació, en 1948. En la Declaración de la Independencia puede leerse que Israel quiere la paz con sus vecinos. El acuerdo de paz que alcanzamos en 2013, auspiciado por el reelegido Barack Obama, sólo duró un lustro. Después vinieron dos acuerdos de paz más. Hasta hoy.
Los territorios palestinos ocupados –según la ONU, eran territorios en disputa, pero nadie los llamaba así-, Judea y Samaria, Cisjordania o el West Bank, la denominación que se prefiera, nos dividieron como nación y casi como pueblo. Sacar a los colonos de la mayor parte de los asentamientos fue más duro aún que sacarlos del Sinaí y de Gush Katif a la vez. Se estuviera o no a favor de permanecer allí, a los israelíes nos dolía en lo más profundo ver a nuestros soldados desalojando de sus hogares a nuestros compatriotas. Cómplices de los asesinos de la familia Fogel, llegaron a espetar a los soldados encargados de la tarea. Incluso se les maldijo y se les condenó al guehinam. Se consiguió que los santos lugares para el judaísmo pudieran ser visitados y que el ejército israelí pudiera escoltar a los israelíes que así lo hicieran. Los altercados por ello fueron puntuales, pero escasamente dramáticos.
Debido a la inminencia del acuerdo definitivo de paz, allá por 2013, y con la desocupación condicionada a que los palestinos en bloque reconocieran al Estado Judío, Hamas y Al Fatah se coaligaron en el gobierno palestino y el presidente Abbas prometió que se acabaría el lanzamiento de cohetes y morteros desde Gaza, con lo que Israel aflojó mucho el bloqueo, con la idea de, paulatinamente, dejarlo bajo competencia exclusiva de las fuerzas de seguridad palestinas. Se estableció un pasillo entre Gaza y Cisjordania, controlado exclusivamente por el ejército israelí. Jerusalén, sí, fue dividida como propuso Ehud Barak en 2000: los barrios árabes pasaron a ser territorios palestinos en vías de constitución nacional (TPEVCN) y en la ciudad antigua, se acordó que, durante la transición y con una moratoria de cincuenta años –que a su término se volvió a ampliar por otros diez años- la administración civil de los barrios árabes sería llevada a cabo por palestinos, pero la seguridad en toda la ciudadela correría a cargo de las fuerzas de seguridad israelíes, por lo que, en suma, seguiría siendo Israel.
En 2015 nació el primer Estado árabe llamado Palestina. Los refugiados palestinos que volvieron a Palestina, no llegaron a ser más de dos millones, conforme se acordó en Camp David III. Ningún ciudadano israelí se atrevió a probar una nueva vida en Palestina. Puesto que la autonomía alcanzada por los palestinos rozaba el estado propio, -lo era de nombre pero no de facto- el entusiasmo, la euforia y el optimismo hicieron que no sólo aumentara el número de turistas a Israel, sino también a Palestina. El aumento de la seguridad propició un resurgimiento del comercio en Ramala y las ciudades palestinas más habitadas. La Unión Europea comenzó a invertir en Palestina y parecía que todo esto iba a favorecer el surgimiento de una sociedad palestina crítica y democrática que tomara el testigo a sus viejos líderes. Sin embargo, la bonanza económica que comenzó a experimentar la sociedad palestina, no fue suficiente para contrarrestar ni el odio de las nuevas generaciones criadas en el rechazo antisemita ni la propaganda de Hamas como dinamita para la ebullición de dicho odio.
El status de independencia progresiva que se adaptó en los acuerdos de Camp David III, similar al de Oslo, con el objetivo final de establecimiento nacional en 2015, se logró. Pero la normalidad de las relaciones entre Israel y Palestina, duró lo mismo que tardó Hamas en llegar a la administración del nuevo Estado e infiltrarse con facilidad en las ciudades israelíes, recordando los años más plomizos de la Segunda Intifada. El Gobierno de Netanyahu, que gobernaba por una tercera legislatura consecutiva, esta vez en coalición con Independencia, el partido creado por Ehud Barak, y con Kadima, liderado por Tzipi Livni aún, -la oposición en la Knesset a los acuerdos de paz fue la más férrea y crispada que se recuerda, Israel Beteinu y Shas rechazaron el nacimiento de Palestina y prometían que revocarían todos los acuerdos si llegaban al poder- no tuvo más remedio que entrar en Palestina, que todavía no se había formalizado como Estado aunque así se llamara, y llevar a cabo acciones como la de Jenin en 2002. El asedio mediático y político en el mundo entero volvió a ser insoportable: genocidio, comparación con los nazis, violación de leyes internacionales, apartheid... Las campañas de boicot a productos israelíes o el aislamiento en los organismos internacionales comenzaron a surtir el efecto esperado. El gran aliado de Israel, EE UU, debido la ola de protestassurgidas en 2011 en Oriente Medio, y el posterior Plan Obama para democratizar los países que se habían levantado en la Arab Spring, dejó de prestar un apoyo diplomático incondicional a Israel –aunque nos sigue prestando ayuda militar, comercial y logística- y aprobó una resolución de condena a Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU, por la que se nos instaba a dejar el libre desarrollo nacional del pueblo palestino, de lo contrario afrontaríamos altos aranceles a nuestros productos exportados –sobre todo, high-tech e investigación biomédica- lo que hizo más difícil venderlos al exterior.
Aun así no nos rendimos. Permanecimos unidos, como siempre. Aunque nuestra sociedad estaba, intestinamente, más dividida que nunca. Desde 2018 hasta hoy, devolvimos también los Altos del Golán a cambio de gestionar el 70 % de los recursos hídricos de la zona, recursos que en Camp David III aceptamos compartir con el futuro Estado Palestino. La paz con Siria ha sido una paz tensa, fría. Después de la muerte de Assad, la transición democrática la capitaneó Turquía, llevando su ejemplo de democracia gobernada por partidos filoislamistas. El régimen Irán se quedó quieto, respetó el status quo y debido a las luchas internas de poder y a los constantes sabotajes del Mossad, cejó en su empeño nuclear. Sigue financiando a Hizbulá, que se hizo con el Líbano y decidió, aprovechando la ofensiva de la Palestina gobernada por Hamas -ganó holgadamente las elecciones en 2016- en 2018, hacernos la guerra, otra vez. Los resultados fueron iguales que en 2006. Hizbulá sigue en Líbano, y gobierna con puño de hierro. La FINUL sigue en la frontera. Pese a todo ello, ni Lieberman ni Eli Yishai llegaron al poder, y se retiraron escribiendo libros y echando la culpa de todo a Netanyahu y a Barak. Los llamaron traidores y cómplices de la desaparición de Israel.
Los líderes palestinos actuales siguen sin circular libremente por su Estado –deben pasar checkpoints a la entrada y salida del pasillo de seguridad que une Palestina- y tampoco su población. Y aunque siguen procesos democráticos, Hamas se aprovechó de la guerra de 2018 y ganó las elecciones durante tres legislaturas, haciendo la situación insostenible para la seguridad de Israel y para el bienestar de los palestinos. En 2030 nació un nuevo partido palestino, que lleva gobernando los últimos 37 años, se dice pronto, y está formado por miembros descontentos de Hamas y Fatah. Pese a que el nuevo partido reconoce también la existencia de Israel, sigue pidiendo Jerusalén Este y el fin de la moratoria, que se acabe el pasillo entre Gaza y Cisjordania, y aducen que no son responsables de los ataques terroristas que perpetra el Hamas auténtico que, cuando empezó a estar en la oposición política, se aburrió y decidió dedicarse por entero a la lucha armada.
Durante casi medio siglo acusaron a la derecha israelí y a los colonos de ser los culpables de la situación y un obstáculo para la paz. Si lo hubieran sido, habríamos tenido una guerra civil en 1979 con el desalojo del Sinaí, otra en 2005 con la desconexión de Gaza y otra entre 2013 y 2015 con la salida de Judea y Samaria. Los años han demostrado que el verdadero obstáculo para la paz ha sido el odio con el que se ha infectado durante más de cien años a la mayor parte de la población palestina. Pese a que llevamos 52 años sin presencia judía estable en el ahora Estado de Palestina, siguen atacándonos. Como pasó entre 1948 y 1967.
Desgraciadamente, en 2067, y mientras me baña un cielo color melocotón en las callejuelas de Neve Tzedek, la famosa cita de Golda Meir sigue en plena vigencia:
“Habrá paz cuando amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros"
2 comentarios:
Perdon,el articulo "2067"de ARIEL lo he leido , pero , me gustaria leer la replica de Eli COHEN,soy un poco , o mucho, ignorante en "el magshev" y nunca pude encontrarlo, si el autor me puede informar como llegar a el, lo agradezco, o alguien , cualquiera.
Gracias.-lidia_ostrovsky@hotmail.com
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