28.4.10

Gracias por fumar

Mi reseña sobre la película de Jason Reitman.

Lo que mueve nuestro modo de vida

Gracias por fumar, pese a su título, no es solamente una crítica socarrona y desgarrada al negocio mortífero de las industrias tabacaleras en EEUU. No solo es un vapuleo a todas las empresas que para amasar ingentes cantidades de dinero, no han dudado en obviar los peligros y las muertes que han dejado sus productos -armas y alcohol, retratadas de soslayo en el largometraje se llevan lo suyo- es también, un análisis irónico a todo el sistema de libre mercado y libre elección, tanto en el plano económico, como en el social y el político. Todo un modo de vida representado por una persona, el narrador y protagonista: Nick Naylor, el cual se sirve del mismo sistema para lograr su principal objetivo: persuadir y convencer.

La película, por su pulso narrativo, no peca en algo que suelen hacer muchas del mismo género: la moralina fácil. En Gracias por fumar, todos los estratos del sistema salen retratados con todas sus miserias, sin excepción, incluidos periodistas y políticos. Y es aquí, a mi juicio, en donde el director quiere remover los cimientos de la sociedad, en donde quiere denunciar, con grandes dosis de ironía y sarcasmo, que todos buscan lo mismo –pagar la hipoteca, nos declara Naylor- y no dudaran en valerse de los loables principios y valores del sistema democrático liberal –libertad de elección, libertad de expresión, causas políticas justas, derecho de información, protección de los ciudadanos- para ello. Así, por ejemplo, el senador Finisterre, ferviente luchador contra las tabacaleras no le temblará el pulso para usar dicha causa y llevarla hasta el ridículo –el film acaba con el senador proponiendo que las imágenes imperecederas del cine clásico que muestran un cigarrillo como Marlene Dietrich o Humprey Bogart sean retocadas digitalmente para luchar contra el tabaco- para fines y promoción personales.

Nuestro protagonista, con el cual establecemos una relación de afecto –la ironía y la verdad son ingredientes imprescindibles para enamorar al espectador- instruirá a su hijo, cual gurú del nuevo credo, el dinero, en que no importa tener la razón, lo importante es argumentar y convencer. Y durante la película aprendemos que, lo políticamente correcto nos ha hecho olvidar que dicha táctica no es solo de las industrias demonizadas –armas, tabaco y alcohol- sino también de otras sobre las cuales no cae el peso de la opinión pública. Es ciertamente revelador descubrir que mueren más personas al año en EEUU por accidentes en carretera que por armas de fuego, y que, los muertos por enfermedades cardiovasculares relacionadas con el colesterol y la mala alimentación superan a las dos anteriores.

Pero, aun así, no nos moverá a la lucha o a la reivindicación porque aprendemos también que, es todo parte del sistema. Es el precio por tener libertad de elección. El precio por tener democracia. La libertad para el comercio y para elegir lo que consumimos desemboca en que grandes empresas, periodistas, políticos… guíen sus actos con dos actitudes fundamentales: hipocresía y mentira. Ambas, para contentar al pueblo, a los ciudadanos, a la masa, de los cuales viven. Ambas, sustentan toda la estructura en la que se asientan las sociedades occidentales y libres. Y, ambas, desgraciadamente se han convertido en esenciales.

Nick Naylor es un antihéroe al que durante la hora y media del metraje hemos querido porque nos ha dejado al descubierto las miserias del sistema y que todos, tanto los que predican el bien como los que solo quieren beneficios, tienen un cadáver pudriéndose en la nevera. Y le hemos querido por eso mismo, porque no hay nada que le guste más a un espectador algo espabilado que le cuenten verdades hirientes y le hagan ver que todo el mundo tiene sus propios intereses, así al menos, no le remorderá la conciencia cuando trabaje en una empresa de carburantes, en una cadena de restaurantes, en un periódico o preparando discursos para algún político. La hipocresía mueve nuestro modo de vida. Nos guste o no.

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