Acabo de regresar del Seminario Diplomático Regional que organizó el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel en Viena para jóvenes líderes judíos. El cartel de los conferenciantes fue impresionante, y desde el Embajador israelí en Austria, hasta la diplomática dominicana Michelle Cohen pasando por Ohav Abydan analista de redes del Ministerio, nos brindaron nuevas perspectivas y herramientas para nuestra labor: luchar contra la desinformación e intoxicación que pesa sobre Israel en todo el mundo. Pero esta burbuja de trabajo diplomático no nos pudo arrancar la sensación que transmite la estancia en la antigua capital del Imperio Austro-húngaro.
Viena es lujosa, colosal. A diferencia de Praga, que sigue siendo mi segunda ciudad favorita-Si te olvidare Oh Jerusalem...-, en Viena se han edificado edificios del siglo XXI en perfecta combinación con las construcciones antiguas. El frío es seco y junto con las calles del centro de la ciudad, con el mercado navideño a los pies del impresionante Ayuntamiendo, o con el andar zigzageante de la judería, envuelve, seduce. Conquista.
Estuvimos para los servicios religiosos del Shabbat, en la única sinagoga que los nazis dejaron en pie durante la ocupación, la cual se construyó 1895. Su decoración es demasiado barroca para mi gusto de raices sefardíes, pero asombra e impone. Una de las entradas al barrio judío es una pequeña escalera coronada con una placa recordando a Theorodor Herzl y los días en los que, en Viena, escribió Der Judenstaat.
El último día estuve paseando por Stephenplatz con su imponente catedrla gótica, y visité la Casa de Mozart, que está inteligentemente convertida en museo y en donde lo más atractivo resulta ser los líos del alcoba que tenía y las teorías incipientes sobre las causas de haber muerto más pobre que una rata.
Las cuatro horas que tuvo de retraso mi avión de vuelta fueron un pequeño precio que pagué por haber visto y sentido Viena bajo la nieve.
En Viena, ir a rezar a una sinagoga , observar en silencio y bajo un cielo plomizo el monumento a las víctimas del Holocausto que se levanta en el centro del barrio judío, hablar de cómo ayudar al Estado de Israel y combatir a sus enémigos en un hotel a 20 metros de donde los nazis establecieron una de tantas sedes para administrar su terror, ha sido algo único. Una venganza que se sirve fría y que jamás servirá para restituir el incalculable daño que hicieron Hitler y sus acólitos con el beneplácito de la mayor parte del planeta, pero al fin y al cabo, como nos recordaron en Escape de Sobibor: Nuestra mejor venganza es sobrevivir.
1.12.10
Viena, una venganza en frío
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