10.6.08

País de mierda

David Gistau, mi columnista favorito después de Albiac, escribió el pasado viernes para El Mundo -gracias Dori- en su columna lo que opina sobre la agresiva y eficiente -la más acertada acción en la historia de la hasbará en España- campaña proIsrael País de Mierda, apadrinada por ASEI. Os lo pego:

País de mierda


DAVID GISTAU


Dejó escrito Ortega que no existe mayor traición a la realidad que conceder valor absoluto a una perspectiva, impidiéndole la integración con otras que son negadas. Así, la invención de una realidad que encaje con un prejuicio no depende sino de la selección de planos. Israel es una selección de planos. Siempre adecuados a la perspectiva fóbica, al prejuicio. A menudo tan mendaces como aquel famoso del padre e hijo palestinos supuestamente abatidos por balas israelíes que se reveló una manipulación grosera sin que a nadie le importara demasiado. O tan militantes como lo fueron las crónicas de los periodistas españoles que se fueron a contar el aniversario de la fundación del país, no a los cafés, las playas o las guarderías amenazados de zambombazo, no a hospitales como el Ramban, donde Hervé Hachuel acaba de terminar un documental que ofrece una nueva perspectiva humana y mestiza del ensayo de la concordia, sino al muro defensivo, como si lo único reseñable del advenimiento de Israel fuera la Nakba.

Traicionado Israel con una sola perspectiva que no corrige la ignorancia, el ambiente se vuelve propicio al odio. Al automatismo de un odio antiguo, que está incluido en la genética europea, y que ahora cobra un aliento nuevo con la coartada del pensamiento de izquierdas. Que se ufana de exquisitez intelectual porque no se siente vinculado a los campos de exterminio sino que se justifica a sí mismo con la atención a la víctima oficial, ante la cual sólo puede haber verdugos que lo son incluso cuando regímenes intolerables les condenan a la muerte colectiva o cuando les revientan niños en un autobús: ese plano no sale. Con tal eficacia ha sido completada la invención de la realidad, que hasta los vates del amor bizcochoso como Antonio Gala pueden dar un uso tendencioso al término Holocausto sin reparar siquiera en que necesitarían dos excursiones, una al Israel fuera de plano y otra a Auschwitz, para descubrir cuán honda es su miseria moral por más que esté autorizada por la corrección progre. Demasiado esfuerzo: más confortable es el prejuicio.

La mayor traición a la realidad es la perspectiva. Ha jugado a emplearla la Asociación de Solidaridad España-Israel con un vídeo parcial que retrata a España como no es, al menos no en su valor absoluto: ignorante, racista y violenta. Incluso los autores del vídeo saben que la visión es injusta. Pero de eso se trataba. De cabrearnos para agitar conciencias demasiado conformes con los retratos prêt-à-porter que agregan un cerco moral al físico. De demostrar que es posible inventar una realidad ajustada al prejuicio mediante una simple selección de imágenes. Durante dos minutos, España ha sido una mentira del editor. Israel lo es siempre, sin que a nadie le importe demasiado porque no hay odio más placentero que aquél al que las coartadas intelectuales le eximen de culpa y vergüenza. Si hasta los poetas del amor se entregan a él.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gaza es una franja de tierra habitada por millón y medio de «prisioneros» al sol. Agustín Remesal describe en este libro la intrincada realidad en la que se fraguan las pasiones, la violencia y el sentimiento de resistencia en que vive el pueblo palestino. Reproducimos a continuación un pasaje sobre la conmoción acaecida cuando Hamás derribó el muro que servía de frontera en Rafah.

Como una gigantesca serpiente de metal estirada hacia el horizonte del mar Mediterráneo, elevando a trechos su cuerpo en arcadas como un diseño de arquitecto vanguardista, el muro de hierro que fue derribado en la frontera sur de Gaza comienza a ser sepultado bajo las arenas que arrastra el viento desde el desierto de Sinaí. El escenario presenta una tierra de nadie ahora ocupada por cuatro cobertizos de las milicias palestinas de Hamás, instaladas a lo largo de los seis kilómetros de la angosta franja de seguridad (apenas 100 metros de anchura) que dista el muro derruido de una endeble pared levantada con urgencia por el Ejército egipcio.

Bajo la lona blanca de la jaima hecha jirones, el destacamento islamista a las órdenes del sargento Issa emplea su tiempo en la limpieza de las piezas de sus nuevos kaláshnikov y en el consumo ilimitado de té. «Tardaron seis meses en cortar la chapa con sopletes autógenos; fueron más de dos kilómetros de corte fino y silencioso -informa el jefe de puesto-. Trabajaban sólo por las noches; eran decenas de pequeñas llamitas que iban cortando poco a poco el hierro de dos centímetros de espesor...»

La «Operación Jericó» aplicada al muro férreo de Rafah, la muralla blindada que el Ejército israelí levantó entre Gaza y Egipto para cortar el tráfico de armas, fue una más de las misiones secretas llevadas a cabo por Hamás, tras su rebelión en junio de 2007, y ejecutada con la eficacia y precisión que se les supone siempre a sus enemigos radicales, el Tsahal (Ejército israelí). Hubo rumores, insinuaciones, avisos... pero nadie sino sus promotores conocían al parecer la envergadura del proyecto y sus consecuencias sorprendentes. Ni los satélites de observación ni los servicios de información israelíes advirtieron del huracán nocturno que habría de arrasar aquel muro que cierra por el sur la cárcel de los palestinos de Gaza. Y si tenían de ello noticia los agentes de la Shin Bet, el Gobierno israelí prefirió no darse por enterado.

El taxi de Said en el que navegamos a trompicones sobre las dunas (un Mercedes destartalado de un modelo adecuado para ingresar por derecho en un museo del automóvil) recorre el camino de arena a lo largo de esa muralla derrumbada. Han desaparecido ya algunas de sus láminas de hierro y crecen margaritas frondosas bajo las que no llegaron a aplastar el suelo; sobre las planchas de hormigón armado, cuyo perfil se pierde en la playa cercana, juega a policías y contrabandistas la chiquillería del barrio de Tal al Sultan. Los soldados del Ejército egipcio no permiten el tránsito del vehículo por la «tierra de nadie», pero mientras cortan el paso a nuestro Mercedes de desguace una pandilla de jóvenes palestinos logra escalar el último muro de seguridad y desaparece tras él a la carrera, en territorio egipcio.

Es ése uno más de los indicios de la caída definitiva del muro de Rafah, que se inició a golpe de secreto y de soplete y culminó con una voladura perfectamente controlada. He aquí la crónica de aquella peripecia que ha mudado el paisaje de esta frontera y aliviado la penuria y la desesperación de los habitantes de esa prisión palestina bajo las estrellas.

El telón de hierro de más de cuatro metros de alto cayó poco después de la medianoche el día 23 de enero de 2008. Un rosario de cargas explosivas colocadas por comandos de encapuchados a lo largo de las planchas previamente hendidas, empujaron el murallón que se derrumbó con gran estruendo. Hasta la salida del sol, según cuentan testigos dignos de crédito, varios vehículos pesados cruzaron la frontera desde Egipto con cargamento desconocido.

A la salida del sol, los milicianos de Hamás dejaron el terreno libre y una marabunta de gente, enloquecida a la vista del agujero de libertad que acababa de abrirse, se precipitó a la carrera hacia el otro lado de la línea rota, a través del llamado corredor Filadelfia.

La noticia corre como la pólvora: el muro ha caído. Camiones, autobuses, furgonetas, coches, carros tirados por burros y hasta bicicletas dieron asalto a las poblaciones egipcias cercanas de Rafah. En su impulso incontenible, la oleada de compradores llegó hasta el puerto de Al Arish, a medio centenar de kilómetros. Los soldados egipcios se retiraron de sus puestos para evitar derramamiento de sangre, según sus jefes, y los palestinos indignados evitaron a pedradas que las excavadoras les cortaran el paso.

Durante una semana, entraron por esa puerta de promisión desprovista de aduana millares de toneladas de mercancías. Más de 250 millones de dólares se gastaron los comerciantes de Gaza en los almacenes del otro lado de la frontera, que quedaron completamente vacíos. Medio millar de camiones transportaron esas mercancías a Gaza. Además, medio millón de palestinos (la tercera parte del censo de los que viven en la Franja) aprovechó la situación y el caos fronterizo perfectamente controlado por Hamás para visitar a sus familiares y, de paso, comprar gasolina, muebles, cigarrillos, comida enlatada o perfumes.

El frenesí comercial no fue el único delirio de los palestinos: decenas de bodas pudieron llevarse a cabo gracias a esa puerta que cierra la ruta de Salahadim, abierta con explosivos. Los compromisos matrimoniales que muchos jóvenes mantenían desde tres años antes, cuando el paso de Rafah se cerró a cal y canto, pudieron al fin cumplirse. Además, decenas de miles de jóvenes salieron por vez primera en su vida del encierro de Gaza, sólo por probar la sensación de escapar de su cárcel cotidiana.

Retirada de agentes de la UE

La terminal aduanera de Rafah, cuyo control fue encomendado en el año 2006 a un grupo policial formado por la Unión Europea, fue cerrada también por falta de actividad. El centenar de agentes enviados por una decena de países europeos, entre ellos España, se retiró a sus cuarteles seguros de la cercana ciudad de Ashkelon cuando, pocos meses después de su formación, la violencia desatada entre las milicias de Hamás y de Al Fatah puso en peligro la seguridad de esa policía europea en servicio de acción humanitaria. Fue una retirada temporal, pero nunca más regresaron a sus puestos porque casi nadie creía en su utilidad.

(...)

Desde su despacho del cuartel general de la Policía en Gaza, el portavoz de esa fuerza palestina de seguridad, Islam Shawan, sigue puntualmente a través del teléfono las incidencias de esa tarea de conservar la ley y el orden en la Franja, territorio de la pax islámica desde junio del año 2007. Flanqueado por los retratos del presidente Arafat y del jeque Yasin, mantiene la ortodoxia de Hamás también en esa expresión de los símbolos del nuevo poder en Gaza: Arafat, padre de la nación palestina, y el clérigo musulmán asesinado por los israelíes, patriarca espiritual de ese mismo pueblo. Se evita así el uso de la imagen institucional de quien hoy es presidente en ejercicio de la Autoridad Palestina, Abu Mazen, cabeza de la hidra de la corrupción de Al Fatah, según la propaganda de los islamistas.

El portavoz policial Shawan cita en su discurso al periodista los más recientes casos de los «corruptos de Ramala», y descarta cualquier sublevación de sus secuaces en Gaza. Pero esa polémica entre hermanos es agua pasada para los islamistas, que hoy se presentan al mundo como la base honesta y moderada sobre la cual se ha de asentar el futuro Estado palestino.